¿Por qué escribo?

Muchas personas hemos estado cercanas a la muerte pero la esquivamos.

A mí me pasó a los 5 años.

Esta es una de las razones por las que escribo. Para que no me olviden.

A los 5 años me tocó salvarme. Unos dirán azar, otros que no era mi hora, otros que Dios tenía otros planes para mí, entre ellos, dar a luz a una niña muchos años más tarde.

Del casi mes que estuve internada recuerdo casi todo, con mucho detalle. Recuerdo la compañía fuerte y estoica de mi madre, la visita de mis hermanas que me prestaban los juguetes que nunca jamás me prestaban y la visita de muchos adultos que no venían a visitarme. Venían a despedirme. Pero “zafé”.

Regresé a casa junto a mi padres y hermanas y nunca más se habló de este tema; viví una niñez y una adolescencia normal y sin secuelas físicas y creí, todos creímos, que sin secuelas emocionales.

Años después la vida me demostraría qué equivocada estaba.

Hay muchas frases hechas; una de ellas es “lo no dicho se atasca en tu pecho y te ahoga”. Bueno, esa frase es bien, bien real.

Fui una niña feliz, vivaracha, risueña y cumplí el rol de payasa entre mis hermanas y amigos. Lo sigo cumpliendo, de hecho. Yo era y soy “la simpática”, papel que me sienta bien y que forma parte de mi esencia. Pero los alegres y simpáticos también sufrimos angustias, miedos y ocasional tristeza.

Desde los 8 o 9 años recuerdo sentir angustias sin un aparente sentido.Sobre los 12 años comencé a escribir: en mis agendas, en un diario íntimo, en servilletas. A veces eran pensamientos, a veces poemas. Escribir era una canal de comunicación conmigo misma, sin tener que cumplir ningún papel con los demás.

A los 21 años, estudiando y trabajando y sobreexigida por mí misma, tuve mi primer ataque de pánico cómo se llamaba por aquél entonces y fue la primera noche de muchas que no dormí por miedo a morirme, a no despertar. Luego de muchos estudios el resultado fue “trastorno de ansiedad”. Siguieron muchos estudios, medicación, apoyo terapéutico y una gran, pero gran tenacidad de mi parte.

Desde hace más de 20 años convivo con este trastorno que puede matarte o salvarte, depende como lo veas.

Todo comenzó a tener sentido. El miedo a la muerte, las náuseas cuando entraba a los hospitales y sentía el olor a alcohol, las angustias inexplicables y la sensación de tener algo sin decir atascado en el pecho, justito entre la garganta y la espalda que no solo me generaba malestar sino hasta dolor físico.

En todo este proceso la contención de familia y amigos y el arte, salvaron mi estructura emocional. Dibujar letras, pintar, cantar y sin ninguna duda escribir, han sido sanadores.

En el 2014 y ante la maternidad entendí que no podría ser la madre que merecía mi hija si primero no estaba bien yo misma, sino bajaba mis niveles de ansiedad y comencé a involucrarme en este mundo del papel mucho más profundamente, primero como “terapia” y luego como forma de vida.

En estos últimos años todo ha tenido más sentido y la cruda verdad es una: escribo para que no me olviden y para no olvidarme de mí misma leyéndome siendo viejita si empieza a fallar mi memoria. Pero ante todas las cosas, escribo para mi hija y ojalá para mis nietos, para que sepan más de mí y por qué no, para alimentar mi ego e inmortalizarme en el papel. Para que me recuerden viendo fotos y leyéndome, para que no se olviden de mí y como dice la película de Disney “Coco” que aún cuando no esté en este plano, siga viva en el recuerdo de mi descendencia que es una forma de seguir viviendo.

La ansiedad intentó hundirme pero la pobre infeliz  no sabía que conmigo no se juega y que mi aparente fragilidad en un cuerpo de 50 kilos, es solo aparente. Le di lucha a morir y se la sigo dando. A veces me gana aunque casi siempre gano yo.

Si crees que escribir, pintar, dibujar, bordar, hacer cosas con tus manos reduce tus niveles de estrés y mejora tu calidad de vida y por lo tanto, la de quienes te rodean, date una chance.

La lectura, la escritura y el arte en general, salvaron mi vida. Esa segunda vida que alguien me dio. Esa bendita segunda oportunidad.

La estoy aprovechando lo mejor que puedo.

Abrazo,

Bettina

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